Que ya no ven las verduras como un castigo que sufrir por no entrar en una talla S y que se permiten prepararlas con algo más que agua y sal.
Que, cuando quieren unas tortitas o un batido, se los piden sin pensar inmediatamente en cuántos gramos van a engordar y cómo lo van a quemar después.
Que han dejado de tener miedo a comer fuera por si los vecinos de al lado las ven “saltándose las reglas”.
Que no viven la comida como una penitencia inevitable para controlar el peso.