El día 14 de marzo se publicó el Real Decreto que declaraba el Estado de Alarma y limitaba la circulación de personas por las vías públicas a actividades de primera necesidad, laborales, o para acompañar a personas dependientes. Así como la pandemia de COVID-19 ha sido excepcional, también lo fueron las medidas tomadas.

Parece que fue ayer, ¿verdad?

Fue un hito histórico: nunca antes habíamos tenido la obligación de permanecer encerrados, con todas las consecuencias físicas, psicológicas, económicas, familiares y sociales que eso conlleva.

Pero, además, las repercusiones se pueden analizar desde la óptica de la alimentación sostenible y consciente: ¿qué hemos consumido durante los meses de confinamiento? ¿Qué dice de nuestros nuevos hábitos de estilo de vida?

No había mucho más que hacer.

De pronto se volvió urgentísimo e imprescindible comprar carritos enteros de yogures, papel higiénico o galletas, por lo que pudiera pasar. Y lo que pasó fue que las estanterías de los supermercados se vaciaron en cuestión de pocos días, dando una sensación post-apocalíptica cual película de ciencia-ficción.

Según un artículo publicado por el Observatorio de la Alimentación de la Universidad de Barcelona (ODELA) (1), la alimentación se volvió el tema central durante el confinamiento, y sirvió para canalizar muchos aspectos de nuestras vidas que se vieron alterados durante este periodo:la sociabilización, el aprendizaje compartido, el miedo al contagio o a cambiar de peso, el cuidado de los demás y los conflictos con otros miembros de la familia.

En este artículo se entrevistó a 13 mujeres adultas sanas y se observó que la mayoría había cambiado sus hábitos alimentarios y de consumo durante la cuarentena.

Se puso de manifiesto que las labores relacionadas con la alimentación, en el mundo pre-pandémico, estaban en gran medida gestionadas por terceros, desde los comedores escolares pasando por los restaurantes y la comida a domicilio.

Otro aspecto que me gustaría destacar de este estudio es que, en el contexto del confinamiento, pudimos ver ese contraste entre la abundancia en la que estamos habituados a vivir y una sensación de escasez impropia de nuestra época.

Pero el desabastecimiento se vio de forma más evidente para algunos productos más que para otros (véase la carencia de harina o de levadura en las estanterías de los supermercados). Es decir, de golpe empezamos a cocinar cosas distintas, a probar nuevas recetas. Según ODELA, se produjo un cambio de paradigma respecto a cómo veíamos la alimentación y la cocina: de ser algo pesado o para lo que no hay tiempo, a una actividad creativa, de cuidado, de aprendizaje y de placer.

Es muy fuerte esto: pasamos de no tener tiempo para cocinar, a ver el proceso culinario como un momento placentero.

Es importantísimo remarcar que, de haber continuado con nuestros ritmos de vida anteriores, muchas de nosotras no hubiésemos redescubierto la cocina y el bienestar psicológico y físico que lleva consigo hacernos cargo de nuestra propia alimentación.

¿Y si para comer mejor y más sostenible, lo que necesitásemos fuera precisamente bajar las revoluciones de nuestro día a día?

Y ya estamos otra vez con el miedo a engordar.

En una situación inédita como la del confinamiento, las mujeres entrevistadas (y me atrevo a augurar que la mayoría de nosotras) se vieron dentro de la dicotomía placer/culpa, es decir, entre disfrutar de la actividad culinaria por el placer de comer y de dejar rienda suelta a la creatividad, y sentir que están saltándose las normas anteriores a la crisis sanitaria sobre qué comer y cuándo hacerlo para mantener la salud y el peso.

De nuevo, nos encontramos de frente con las normas sociales que dicen qué cuerpo es deseable tener, marcando nuestros actos y decisiones a la hora de comer.

Estas normas afectan en mayor medida a las mujeres y nos han hecho incidir más en nuestra autodisciplina y el control de nuestro cuerpo, apelando a la responsabilidad individual sobre lo que comemos.

¿Cuántos de nosotros y de nosotras nos vimos empujados a modificar nuestra alimentación o a hacer ejercicio en casa para no sentirnos culpables por nuestra inactividad? Me atrevo a decir que muchos.

Los alimentos como terapia psicológica.

De forma aparentemente contradictoria, las mujeres que participaron en el estudio se movieron a menudo hacia comportamientos alimentarios menos rígidos con los que canalizar la presión psicológica de la situación, evadirse y sentirse mejor consigo mismas.

También para plasmar de cierta forma los hábitos sociales previos al confinamiento. Todo esto mediante el consumo de alimentos como bebidas alcohólicas, dulces o snacks de aperitivo.

Sin embargo, como estos alimentos se consideran “poco saludables”, el hecho de consumirlos provocó emociones como culpa o malestar, por lo que las ocasiones en las que se consumían se espaciaron y se vivieron con sensación de tener que mantener el control.

¿Qué nos dice esto sobre los cuidados?

Cuando se decretó el estado de alarma y se paralizó la actividad de todo el país, las labores relacionadas con la alimentación, antes externalizadas, volvieron a recaer en el hogar, y en última instancia, en las mujeres. No solo emplearon más tiempo y esfuerzo mental en planificar y realizar las compras, sino también en buscar información y en cocinar.

Además, las mujeres que tenían hijos a su cargo sintieron aumentar la presión para garantizar que la alimentación de sus pequeños fuese saludable y segura, dejando de lado el cuidado de su propia alimentación.

De nuevo nos encontramos con las consecuencias de la socialización de género, que establece quién debe ocuparse de los cuidados de los familiares en el hogar. Algunas madres del estudio de ODELA incluso manifestaron sentir culpa y agotamiento por no poder alcanzar las tareas que se esperaban de ellas como mujeres y madres.

Pero ¿se vivió igual la situación desde el lado masculino? Aparentemente no: varias entrevistadas hicieron ver que sus parejas se habían relacionado con la alimentación desde una óptica de placer, mientras que ellas lo habían hecho también sintiéndose responsables de la alimentación de sus seres queridos.

Resumiendo: cuando el río suena…

Este estudio nos hace plantearnos varias cosas.

En primer lugar, que hemos dejado en manos de terceros muchísimos aspectos de nuestra alimentación, lo cual podría tener mucho que ver con las problemáticas relacionadas que vive nuestra sociedad, desde el desperdicio de alimentos hasta la epidemia de obesidad, pasando por la presión sobre los cuerpos de las mujeres.

También pone de manifiesto que el momento de cocinar se vivió, para muchas personas, como un momento de desconexión, de experimentación y de placer, que sirvió como refugio emocional para sobrellevar la situación. Aunque, para muchas mujeres, también se vivió desde la culpa y el miedo a engordar y a no satisfacer las necesidades de la familia.

¿Qué tiene que ver todo esto con la sostenibilidad?

Pues mucho.

No hay sostenibilidad social cuando en una parte de la cadena alimentaria, la parte final de compras y de preparación, existe claramente una diferenciación en función del género: las mujeres lo viven en parte como una responsabilidad, con miedo y culpa, mientras que los hombres lo disfrutan más desde el punto de vista hedónico.

Ojo, que no quiero decir que este sea el caso en TODOS los hogares españoles, ni que en tu caso particular tenga que ser así, ni que los hombres no hayan vivido la misma sensación de culpa en ciertas ocasiones.

Pero es una generalidad, y debemos plantearnos cómo acabar con esto para asegurar que la conciliación es real, y no solo un espejismo.

Por otra parte, la sostenibilidad consiste también en tomar conciencia del poder que tenemos sobre nuestra propia alimentación, de cómo nos influye hacernos cargo de ella, y de qué ocurre cuando compartimos experiencias y experimentamos en la cocina.

Ojalá lo que hemos aprendido sobre nuestra relación con la cocina durante el confinamiento nos sirva para cocinar más y mejor.

¿Quieres saber más?

Échale un vistazo a la web de cuchara (en catalán), asociación dedicada a promover herramientas de emancipación alimentaria.

También al artículo de ODELA (en castellano).

Escucha este podcast sobre cómo se ha construido el género.

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¿De dónde saco todo esto?

1. Gaspar MC, Ruiz M, Begueria A, Anadon S, Barba A, Larrea-Killinger C. Comer en tiempos de confinamiento: gestión de la alimentación, disciplina y placer. Perifèria, Rev Recer i Form en Antropol. 2020;25(2):63–73.