En artículos anteriores, ya mencioné en varias ocasiones la importancia de nuestra elección de alimentos. Que los productos que consumimos (y los que nos negamos a consumir) envían un mensaje a la sociedad: estos son los valores que defendemos, el tipo de comercio y de planeta que queremos. Queremos un mundo sostenible, pero no queremos esperar una generación más.

Pero ¿de qué forma se produce este cambio?

Empecemos por el principio: una dieta adecuada es, ante todo, saludable. Esto es innegociable y debe guiar nuestra compra siempre: debe ser una alimentación basada en plantas (frutas, verduras, legumbres, frutos secos, cereales integrales, etc.), que puede incluir o no alimentos de origen animal (lácteos, carne, pescado, huevos), en cantidades adecuadas, y que incorpora pocos o ningún producto procesado.

Ahora bien, sabemos que la gran mayoría de los países occidentales no tienen este tipo de alimentación. Necesitamos, entonces, hacer un cambio de alimentación para mejorar la salud de la sociedad en general, que no podemos decir que sea precisamente buena.

Este cambio de alimentación lleva aparejado, como es lógico, un cambio de conducta de compra. Y este cambio de conducta tiene consecuencias para todos los agentes que participan en la cadena alimentaria, desde los productores hasta los puntos de venta.

Es decir, si decidimos dejar de comprar cosas como carnes ultraprocesadas, aperitivos salados o bebidas azucaradas, estaremos decantándonos por otros productos que, si son saludables, estarán contribuyendo a mejorar nuestra salud.

Y si, además, los elegimos teniendo en cuenta de dónde vienen y qué valores hay detrás, podremos mejorar también las condiciones de vida de otras personas, creando un mundo más sustentable. Aquí entra el comercio justo.

¿De dónde viene el comercio justo?

El comercio justo surgió en los años 60 de la mano de ONG y algunas tiendas especializadas (como las tiendas Oxfam en UK), que comenzaron a comprar a productores del tercer mundo a un precio adecuado para fomentar su desarrollo. En los años 80 y 90, cuando los productores dejaron de recibir apoyo de los Estados y se hizo evidente el efecto social y ambiental de la globalización neoliberal, el fair trade creció en popularidad (1).

Al principio, el comercio justo se basaba en la confianza con productores y clientes, pero en los años 90, se creó Fairtrade Labelling Organizations International (FLO) para certificar los productos. Esta organización certifica que los productos que llevan el sello fair trade cumplen con los criterios sociales y ambientales aceptados por la junta directiva de las 25 ONG que la forman (1). Ahí es nada.

Desde sus orígenes, el objetivo de FLO es “crear un mundo en el que todos los pequeños productores agrícolas y los trabajadores puedan disfrutar de medios de vida seguros y sostenibles, desarrollar su potencial y decidir sobre su futuro” (2).

Es decir, FLO tiene un objetivo de sostenibilidad integral: certificar que un producto respeta el medio ambiente y, además, permite que los productores tengan un empleo sustentable económica y socialmente.

Criterios que deben cumplirse.

Para ser certificado como de comercio justo, un producto debe cumplir las siguientes características (1):

En la mayoría de los casos, solamente se pueden acreditar las cooperativas de pequeños productores, aunque para algunos productos (frutas, verduras, flores, té y especias) también se aceptan las plantaciones privadas. Éstas han sido criticadas por no respetar los principios del comercio justo.

Visto así, pensarás que el comercio justo es lo mejor que le ha podido pasar a los agricultores del sur del planeta, ¿verdad?

Pues sí y no.

Comercio justo: too good to be true?

Aunque es cierto que el comercio justo ha sido avalado por promover la sostenibilidad integral por activistas, ONG y público general, entre otros, también se le pueden hacer muchas críticas, en realidad (1).

Por ejemplo, la oferta de productos de comercio justo ha aumentado mucho más que la demanda, por lo que muchos productores pueden ver que solo han vendido entre el 10% y el 60% de su producción. Además, el precio de la acreditación fair trade es elevado, y aunque existen ayudas de la propia Organización para facilitar el acceso, sigue siendo limitante para muchos.

Pero la crítica principal que se le puede hacer es la desconexión entre los productores y la organización FLO. Esto hace que no puedan participar en la toma de decisiones, lo cual lleva a conflictos. También existe el problema de la gestión burocrática y administrativa, que sumado a lo anterior, puede dar la sensación de que se trata de imposiciones extranjeras sin beneficios claros para los agricultores.

Una crítica muy interesante es que el comercio justo puede llegar a aumentar las desigualdades entre los productores de mayor poder adquisitivo y mayor educación, que tienen más facilidad para adoptar los criterios requeridos y pagar las tasas, y productores más pobres o las personas sin tierra.

Además, algunas personas critican que el comercio justo perpetúe el sistema de mercado responsable de los problemas que intenta solucionar.

Pero entonces, ¿es bueno o malo?

Pues es indudable que el comercio justo tiene efectos beneficiosos para los agricultores y ayuda a crear comunidades sustentables. Fijar el precio mínimo, añadir una prima social o asegurar el bienestar de los trabajadores y su derecho a asociarse son, sin duda, buenas ideas que contribuyen a aumentar el nivel de vida y el poder adquisitivo de los productores y hacen avanzar a esas comunidades hacia la sostenibilidad social y ambiental.

Sin embargo, como cualquier sistema, se debe mejorar. Dar más autonomía a las comunidades locales, sin paternalismos ni imposiciones por parte de los países occidentales, que son en gran parte responsables de la situación de deterioro ambiental mundial.

En el mundo extremadamente complejo en el que vivimos, las soluciones no pasan por implementar una única medida. El mundo no se volverá de pronto sustentable gracias a que existe el sello fair trade, aunque sí se puede avanzar hacia la sostenibilidad gracias a él.

Dicho esto, la elección de comprar o no productos con sello de comercio justo depende de ti. Si crees que de verdad se alinea con tus valores (y te lo puedes permitir), adelante.

Habla de él con tu entorno. Explica lo que significa. Crea debate entorno a él. En cada una de tus acciones está la clave del cambio hacia la sostenibilidad.

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¿De dónde saco todo esto?.

1.          Calisto Friant M. Comercio justo, seguridad alimentaria y globalización: construyendo sistemas alimentarios alternativos. Íconos – Rev Ciencias Soc. 2016;(55):215.

2.          International FL. Fairtrade Theory of Change. Bonn.