Uno de los primeros recuerdos que tengo sobre el cambio climático es de una clase de biología, con 12 años. Recuerdo que me sentí frustrada, y corrí a contárselo a mi madre, alucinada, cuando volví a casa. Eso fue en 2006.
Ahora, demos un salto al futuro.
En 2014, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático determinó en su informe que la temperatura media de la Tierra ha aumentado 0,85ºC entre 1880 y 2012. Además, cada década desde 1980 ha sido más cálida que la anterior, y es extremadamente probable [sic] que esto se deba a la actividad humana.
Dada la tendencia actual de concentración y de emisiones de gases de efecto invernadero, que han aumentado casi un 50% desde 1990, es probable que a finales de este siglo la temperatura media de la Tierra haya aumentado más de 1,5ºC. Esto lleva asociadas consecuencias desastrosas para las personas: aumento del nivel de los océanos (entre 40 y 63 cm para 2100), pérdidas de miles de toneladas de cultivos, desplazamiento de personas…
Visto así, la verdad es que dan ganas de enterrar la cabeza en el móvil y pasarse el resto de la vida mirando vídeos de gatitos.
Sin embargo, aún hay esperanza y muchas cosas por hacer.
La Agenda para el Desarrollo Sostenible.
Según la ONU, el desarrollo sostenible es aquel que permite satisfacer las necesidades presentes sin poner en peligro la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas propias. Y, si te paras a pensar (como intuí yo aquel día, con 12 años), si seguimos haciendo las cosas como hasta ahora, nuestro futuro no va a ser muy halagüeño.
En 2015, todos los estados miembros de la ONU se comprometieron a poner en marcha la Agenda 2030, que constituye un plan de acción para mejorar la vida de las personas, el estado del planeta y el desarrollo de todos durante los siguientes 15 años. En esta Agenda se anuncian 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y 169 metas, que incluyen también la erradicación de la pobreza, el cumplimiento de los derechos humanos o el empoderamiento de las mujeres y niñas.
Es decir, los Objetivos no solo buscan paliar los efectos del cambio climático, sino también lograr que las personas y las sociedades progresen de forma sostenible. Engloban, por lo tanto, los tres aspectos del desarrollo sostenible: la economía, el medio ambiente y la integración y el bienestar social.
¿Realmente son necesarios?
Mucho.
Es verdad que los progresos llevados a cabo desde principios del milenio han permitido afrontar muchos problemas de desarrollo.
Cientos de miles de personas han salido de la pobreza extrema, se ha escolarizado a muchos más niños y niñas, el desarrollo tecnológico ha permitido el acceso al conocimiento, la innovación científica y tecnológica en muchos ámbitos…
Pero sigue habiendo miles de millones de personas que viven en la pobreza, las desigualdades en cuanto al acceso a oportunidades, a la riqueza y al poder continúan aumentando. Las mujeres seguimos estando discriminadas, el desempleo y los trabajos precarios se ensañan con los jóvenes, los desastres naturales ocurren con mayor intensidad y frecuencia, la salud mundial se ve amenazada… Y el cambio climático continúa su curso, amenazando el desarrollo sostenible de todos los países.
Puede que alguna vez hayas pensado en alguno de estos aspectos y te haya preocupado su importancia.
Piensa ahora en que todos están presentes en nuestra sociedad, que todos ocurren a la vez en todo el planeta. ¿No merece la pena actuar para evitarlo, aunque sea desde nuestro sofá?
Y yo qué pinto hablando de esto.
Y a todo esto, ¿qué hace una biotecnóloga-casi-nutricionista hablando de este tema?
La alimentación tiene implicaciones mucho más allá de las calorías o la cantidad de nutrientes que ingerimos. Pareceré una pesada, pero es que los alimentos que elegimos tienen efectos sobre nuestra salud, sobre el planeta y sobre los demás. Por eso, elegir una alimentación u otra puede ayudar en mayor o menor grado a alcanzar estos Objetivos.
Pero recuerda que, sea cual sea tu nivel de implicación, está bien.
El objetivo no es que sientas culpa. Y si la sientes, observa de dónde viene, y pregúntate qué puedes hacer para que desaparezca esa sensación, y además, estés actuando de acuerdo con tus valores.
Cualquier aportación es correcta, y cualquier gran cambio comienza por una pequeña semilla.
Como ya he dicho, la evidencia del impacto ambiental del ser humano me golpeó fuerte desde bien pequeña. Y durante mi adolescencia y mis años posteriores me he cruzado con personas que, frente a los mismos hechos, han reaccionado de forma muy distinta:
- Mi amiga del voluntariado, que después de pasarse varios años intentando reducir la basura que producía, se formó como coach zero waste y ahora tiene su propia consultoría.
- La antigua compañera de trabajo que decía que no reciclaba porque había escuchado en un documental, a principios de los 2000, que los envases acaban mezclándose al final en las plantas de reciclado. Esto, sin embargo, no es del todo falso.
- El amigo de la infancia que piensa que los humanos nos merecemos la extinción por todo lo que causamos al planeta.
- El grupo de estudiantes que se movilizan para reducir los envases de un solo uso de las cafeterías de su universidad.
La situación en la que nos encontramos hace que reaccionemos de infinitas maneras.
Es difícil ver qué camino es mejor seguir, cuando cada persona tiene una motivación diferente y un entorno que puede ayudarla, o frenarla, en su voluntad de cambiar para crear un planeta mejor.
Los ODS no solo nos hacen mejores como sociedad. También nos ayudan a crecer como personas, nos marcan una senda por la que caminar y nos enseñan cómo podemos mejorar cada uno de nosotros, desde nuestras pequeñas acciones individuales, para que nuestra comunidad avance hacia un futuro más verde.
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