Siempre me ha parecido muy curioso el activismo. Sea cual sea la causa que defiende, un activista emplea una gran cantidad de energía y de tiempo en hablar de lo que va mal en el mundo, y está expuesto a ser insultado, menospreciado o tratado de forma condescendiente por los demás.

Parece que nos mola ser la diana de cuñados y que la gente nos odie.

Para muchas personas, esto no compensa. Y sin embargo, ahí estamos los activistas, dando el callo aunque nos lluevan las críticas.

Y te preguntarás, ¿por qué? ¿Qué lleva a una persona a dedicar tanto esfuerzo a intentar cambiar la mentalidad de los demás, a intentar luchar contra el sistema?

No es que vivamos con un colocón constante de motivación. Tampoco nos caímos en una marmita de descontento cuando éramos pequeños y ahora decirle a la gente que lo que está haciendo está mal es nuestra droja.

Tampoco tenemos una conducta irreprochable 24/7.

Bueno, al menos no es mi caso.

Es mucho más que eso.

Es tener motivos de sobra.

No necesitas motivación, necesitas motivos.

¿Qué puedes tener tú, te preguntarás, en común con un activista ambiental o animalista?

Pues, si estás aquí, seguramente es porque te ha picado el gusanillo del vegetarianismo o del veganismo (qué paradoja) o te esté rechinando el impacto ambiental que tiene tu estilo de vida.

Tal vez te hayas dado cuenta de que tu alimentación es poco sostenible, de que consumes demasiada carne o de que no llevas una dieta equilibrada.

Si este es tu caso, felicidades: el cambio comienza con un solo paso, y tú ya llevas mucho andado.

Sin embargo, es posible que todavía no estés dispuesto a dar el salto. Puede que te falte tiempo, dinero, espacio físico o sea logísticamente imposible cambiar tu forma de comer, de comprar o de vivir.

¿Qué te hace falta entonces?

Conectar con tus valores. Con tus motivos.

Pero primero, déjame contarte una historia.

Cuando empezó 2020, parecía un año normal.

Los exámenes del primer semestre fueron bien. Me fui de vacaciones. Salía de vermuteo agüita con gas todas las semanas. Vivía estresada por la uni, el trabajo, la vida en general… Vamos, lo de siempre.

Luego, una pandemia salvaje apareció, y como a ti, me trastocó todos los esquemas y le dio la vuelta a mi vida. De pronto, no podía salir a la calle.

Al principio, no te voy a mentir, fue un estrés. Me pasaba los días leyendo el periódico, viendo las ruedas de prensa de Fernando Simón y reenviando memes por Whatsapp.

Estaba, como la mayoría de la gente, en shock. ¿Qué iba a hacer? ¿En qué iba a emplear mi tiempo? ¿Qué sentido tenía todo? ¿Se iba a acabar el mundo?

Por suerte, tuve la suficiente lucidez como para invertir en dos cursos de desarrollo personal que después me ayudarían a mantenerme cuerda durante todo el confinamiento: Bullet Journal Power, de Marina Díaz, y El Faro, de María Fornet.

(No me pagan por hacerles publicidad y no me llevo nada, es solo que me encantan).

María y Marina son dos psicólogas increíbles y dos mujeres que inspiran infinito. En sus cursos aprendí esto que te quiero transmitir ahora, y que intentaré condensar lo mejor posible.

Valores: mi palabra preferida de 2020.

Los valores son esas cualidades que quieres para ti, que forman parte de quién eres y que te hacen sentir bien. Son tus motivos para hacer las cosas. Como tales, no se acaban nunca.

Me explico.

Si estudias Bellas Artes y te pasas el día dibujando, es muy probable que para ti la creatividad, la belleza y la elegancia sean valores muy importantes. ¿Por qué?

Los valores son, por lo tanto, características que deseas tener, que te llenan de energía y te hacen disfrutar de la vida. ¿Sabes este hormigueo en el estómago, esta euforia silenciosa que sientes cuando haces algo que te encanta? Es tu cuerpo diciéndote que estás caminando por la senda de tus valores.

No exageraríamos entonces si dijésemos que llevar una vida de acuerdo con los valores es la llave de la felicidad.

¿Cuántas veces te has dado cuenta de que no te sientes bien con la vida que llevas porque lo que estudias, lo que haces en el trabajo o las relaciones que tienes no te permiten ser como quieres ser?

Puede que no veas muy claro esto de los valores, pero tal vez lo entiendas mejor así: si te llama eso de seguir una dieta vegana o vegetariana, puede que tus valores clave sean la compasión, la empatía, la justicia o el respeto a los demás.

Una vez los has identificado, es mucho más fácil actuar de acuerdo con ellos.

Valores vs. objetivos

Como podrás ver, los valores se diferencian mucho de los objetivos.

Los objetivos son algo que consigues, y una vez lo tienes, se acabó. Te sacaste la carrera, tuviste un hijo, conseguiste el ascenso, ganaste 10.000€. Conseguido, a otra cosa.

Los valores son “direcciones vitales globales, elegidas, deseadas y construidas verbalmente”, como dice la maestra María Fornet. Siempre están en el horizonte, avanzan conforme avanzamos, y nunca se acaban. No puedes decir: “ya está, ya soy empática”.

Los valores se pueden aplicar a cualquier área de tu vida: a la familia, a las relaciones, a la carrera profesional, a la salud, al ocio… Y por supuesto, al desarrollo personal.

No te dejes engañar: el desarrollo personal no es cosa de unos pocos frikis con mucho dinero y tiempo libre. Es lo que hacemos todos cuando leemos un libro que nos emociona, vemos una película que nos inspira o tenemos una conversación que nos enriquece.

¿Entonces?

Mi propuesta: sé un poquito más activista por la causas que te importan.

Te quiero proponer una cosa.

Y te la quiero proponer porque parto de la base de que los que nos dedicamos a hacer activismo, a cualquier nivel y por cualquier temática, estamos hechos de la misma materia que los demás.

No tenemos ningún superpoder y somos, de hecho, bastante normalitos.

Tal vez lo único que nos diferencia de los demás es que identificamos nuestros valores, y actuamos de acuerdo con ellos. No es que vivamos siempre con un subidón de motivación, es que recordamos nuestros motivos.

Esto puede llevarnos a discusiones infructuosas y a sentirnos frustrados por cómo van las cosas, pero en general, es muy, muy enriquecedor.

¿Sabes esa sensación de que, con tu pequeña acción, estás diciéndoles a los demás qué mundo quieres crear y qué cosas no quieres en él? Estás diciendo que quieres un mundo sin violencia hacia los animales, en el que los campesinos reciban un salario justo, en el que el trabajo y el esfuerzo de las mujeres esté valorado, en el que todas personas tengan acceso a una alimentación saludable y sostenible.

La sostenibilidad es, por tanto, un valor en sí.

Te propongo que identifiques qué valores están detrás de tu interés por la alimentación y el consumo saludable y sostenible. Y que después comiences a actuar de acuerdo con ellos.

Estarás creando un futuro mejor. Un futuro en el que haces aquello que te llena. Un futuro más justo y más igualitario.

Un futuro sostenible.

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