¿Cómo de raro se te haría mudarte a otro país y pasarte 24/7 pensando en comida en lugar de en todo lo que vas a descubrir?

Eso fue lo que me pasó en 2016, cuando me mudé a Francia y pasé de vivir en un ruinoso piso de estudiantes a asistir a banquetes con buffet libre para 50 personas.

En cada una de las ocasiones en las que tenía a mi alcance decenas de platos diferentes me pasaba lo mismo.

Antes de llegar me prometía que sería fiel a las reglas que sí o sí hay que seguir para comer bien y mantenerse fit: nada de dulces, ni harinas refinadas, ni pan o pasta…

Pero, ay señor, llegado el momento… 

Todo lo que me había jurado que no comería, ahí estaba en mi plato.

Lo peor era esa sensación de no poder parar de comer, de no tener fondo y de haber perdido totalmente el control.

De hecho, aunque nunca me diagnosticaron, más tarde entendí que tuve algo cercano a un trastorno por atracón, así que yo también sufrí las consecuencias de una obsesión enfermiza con la comida. 

(Y en realidad, estudié nutrición para aprender cuál era la mejor dieta del mundo. Qué ilusa).

Ahora sé qué tengo que comer para que mi cuerpo se sienta fuerte y con energía.

Ya no pierdo el control cuando como lo que no debería, porque ya no existe la categoría “alimentos prohibidos” en mi cabeza.

Mi mente, que antes me recordaba en cada comida que, si no gasto una XS, no valgo, ahora está de mi lado.

Me imagino que, llegados a este punto, te parecerá que esto es como el chiste sobre los de Bricomanía y los rascacielos:

«Pasos para construir un rascacielos: 1) estudia la carrera de arquitectura; 2) compra un solar edificable; 3) construye tu rascacielos». 

Tienes razón:
no se consigue de un día para otro.

No es mágico: no hay una fórmula secreta que te haga olvidar los cientos y cientos de aprendizajes que has interiorizado a lo largo de tu vida. 

Pero entender qué ocurre en tu mente antes de sentarte a comer no es que sea importante: es que no puedes comer realmente sano y sin obsesionarte con la comida sin aprender antes qué ocurre en tu mente cuando comes. 

Por eso, después de recuperarme y acabar la carrera, seguí formándome en psicología de tercera generación, en mindfulness y en psicología de la alimentación.

Pero a toda esta formación le faltaba algo.

Durante la carrera, nadie te explica algo que es más que evidente en cuanto sales al mundo exterior:

¿Por qué la inmensa mayoría de las personas que quieren perder peso son mujeres?

¿Qué hace que tengamos tanto miedo a estar gordas que a veces hasta deseamos enfermar para perder unos cuantos kilos

¿Acaso tenemos un gen que nos hace quejarnos de lo mucho que hemos engordado últimamente?

Y entonces me puse a investigar y descubrí una cosa:

Si la nutrición no tiene en cuenta al 50% de la población, no sirve.

La ciencia de la nutrición ha pecado de lo que pecan todas las demás disciplinas científicas.

No ha tenido en cuenta a la mitad de la población: a nosotras.

Nadie nos dice que a las mujeres nos programan desde pequeñas y que si no destapamos y modificamos esa programación, puede convertir nuestra vida en una peli de terror.

Por eso, es importante entender que…

Por eso he invertido interminables horas en aprender sobre salud femenina con perspectiva de género y feminista.

Porque no abordar nuestra salud desde ese lugar es como tapar una ventana rota con un trozo de cartón: hace el apaño, pero ni cura ni dura.

Así que, si crees que te relacionas así con la comida y quieres que te ayude a eliminar la culpa, la ansiedad y el control excesivo de tu alimentación, me puedes escribir aquí y contarme tu caso.

Más cosas sobre mí

Además de en Nutrición, también me gradué en Biotecnología, aunque nunca llegué a trabajar «de lo mío» (porque «lo mío» incluye más champiñones y hummus que pipetas y batas de laboratorio).

Fui una de las primeras nutricionistas en trabajar en atención primaria en España, así que me acribillaron a preguntas sobre nutrición nada más llegar. 

Me fascina la vida nómada, por eso quiero mudarme a Italia, Grecia y Brasil en los próximos años.

Soy vegetariana desde 2017 y vegana desde 2021, porque es la forma de alimentarme que más se alinea con mis valores (y, para tranquilidad de mi madre, con mi salud).

Cuando tenía cuatro años, empecé a cantar (concretamente, las bandas sonoras de mis series japonesas de televisión favoritas), y ya no he parado de hacerlo.

Tengo Síndrome de Diógenes lingüístico: adoro acumular idiomas en mi cabeza. 

Soy PAS (Persona Altamente Sensible) y AACC (Altas Capacidades), una forma fancy de decir que disfruto más leyendo un libro en una cafetería tranquila que viendo un concierto de rock a todo trapo.

Por cierto,

Mando un email cada semana con reflexiones de nutrición feminista.

Consejos de alimentación, recetas creativas y tips desde la psicología de tercera generación 100% aplicables.

Son cortitos, entretenidos y te ayudan a comer sano, pero sin obsesionarte ni sentirte culpable después.

Además, si te suscribes, te envío el ebook titulado: Por qué no tienes que bajar de peso (por mucho que tus padres, tu mejor amiga o tu médico te lo digan por tu bien)

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