
¡Hola!
Me llamo Puri, y soy una dietista-nutricionista que no hace cosas de nutris.
A ver, realmente sí. Sé diferenciar un plátano de un donut y me han enseñado cómo ayudarte para que puedas mejorar tus alimentación.
Pero a veces la ansiedad llama a mi puerta como a la de cualquier hija de vecina y la bolsa de patatas fritas estilo Gourmet me hace ojitos.
Es que las nutricionistas, por si te habían hecho pensar lo contrario, también somos personas.
Eso sí, no perdemos de vista qué es lo que realmente está detrás de una salud de hierro, de esas que te permiten llegar a vieja sin achaques. Lo que nos asegura estar muchos años con las personas que queremos. Lo que demuestra a los demás el tipo de sociedad que buscamos. Lo que ayuda a miles de animales a no sufrir una muerte prematura.
Pero evidentemente, no siempre pensé así.
Cuando estudiaba biotecnología, no era consciente de nada de esto.
¿Que cómo se llega de la biotecnología a la nutrición y al consumo responsable, me dices?
En cuarto curso tuve un profesor, Juanjo, que me marcó especialmente. Era uno de esos que han viajado más que el presidente de un país pequeño y que te cuela anécdotas de su vida cada tres frases.
El caso es que Juanjo nos propuso un día hacer esas exposiciones por grupos que los profesores llaman “clase inversa” pero que para los alumnos significa “hoy éste no quiere dar clase”: cada sesión, un grupo explicaría al resto de compañeros un experimento diferente llevado a cabo en un área de la biotecnología.
Si no sabes muy bien qué es la biotecnología (y no eres la única, yo tardé cuatro años en entender de qué iba), te diré que es la ciencia que usa sistemas biológicos para obtener productos de interés para el ser humano.
Quería que viéramos en qué podríamos llegar a trabajar el día de mañana.
Un día, un grupo de compañeros nos habló de un estudio en el que se había conseguido mejorar genéticamente una raza de ovejas para que tuviesen más corderos por parto.
Esto era, por supuesto, una gran ventaja para los ganaderos. Para las ovejas, no tanto.
Porque ¿sabes qué les pasaba a muchas de las hembras que habían sido modificadas genéticamente para tener más hijos en cada parto?
Pues que su útero no lo soportaba, básicamente.
¡Imagina el sufrimiento!
Yo estaba ahí, sentada en primera fila, fingiendo muy fuerte que esa carrera era para mí, que no había pasado los cuatro años con la sensación de no encajar, y que eso que acababa de escuchar no me había revuelto por dentro.
Pero no era verdad. Me horrorizó profundamente.


Ese episodio, junto con otros muchos a lo largo de la carrera, me mostraron que ese no era mi camino.
A pesar de todo esto, pensé: “Pues ya que estoy, termino la carrera”. Y me gradué poco después.
Pero entonces, ¡la hecatombe! Yo no sabía qué hacer con mi vida. Así que hice lo que hace todo Veinteañero Intensamente Perdido: me fui a trabajar como voluntaria a Francia.
Y fui abriéndome a un nuevo mundo.
Poco a poco, algunas piezas fueron encajando.
El vegetarianismo. La alimentación saludable. El consumo local y de temporada. La cocina. El movimiento zero waste. El feminismo.
Todo encajó porque había una forma de reunir todo eso en una sola profesión.

Te decía al principio que las nutricionistas no somos seres de luz, solo tenemos muy claro qué nos hace sentir bien (al menos, la mayor parte del tiempo).
Por eso, cuando entendí cómo podía contribuir a crear un mundo mejor, no tardé mucho en convencerme.
Un mundo mejor, construido gracias a personas valientes que con sus acciones cotidianas ayudan:
- A que los animales vivan en su hábitat natural y sigan sus ciclos de vida normales.
- A que las personas reciban un salario justo por un trabajo adecuado, que les permita vivir sin depender de nadie.
- A que las mujeres dejen de estar explotadas para obtener productos y servicios a costa de su salud.
- A que el medio ambiente sea un bien común, cuidado y disfrutado por todos.
Porque lo que pones en tu plato manda un mensaje claro a los demás: «Esta es la sociedad que quiero. Estos son los valores que me definen».
Una sociedad sostenible, feminista, antiespecista, zero waste y compasiva no se construye sola.

Y estoy segura de que, si has leído hasta aquí, estarás bastante de acuerdo conmigo.
Pero vamos, tampoco es que la vaya a construir yo sola porque, sinceramente, no soy capaz de montar en bici, cómo voy a ser capaz de eso.
Pero, si me sigues, me lees y te suscribes a mi newsletter, juntas estaremos poniendo los cimientos del Faro que nos guiará en nuestro camino hacia un mundo más sostenible.
(Y si te apetece quedar para enseñarme a montar en bici, te lo agradeceré).
Si no te gusta, te das de baja. Sin remordimientos.